Podemos describir a la meditación como un camino que el mismo individuo, que la persona, va abriendo mientras procura superar las limitaciones de su mente. Si alguien está bloqueado en un bosque tupido, enmarañado, y trata de salir al aire libre, sus esfuerzos por abrirse paso a través de los obstáculos que lo rodean dejarán atrás los senderos de su recorrido. Estudiando estos senderos, un observador podría describir el camino que aquella persona atravesó al intentar salir al aire libre, más allá del bosque. Por ejemplo, los movimientos de quien sale del bosque difieren en principio de los de una locomotora, la cual se desplaza sobre rieles ya trazados en el rumbo que ha de tomar. El individuo no sigue por un sendero trazado de antemano, ya armado; el sendero queda impreso después de que lo atravesó. Del mismo modo, quien está sumido en profunda meditación, está luchando a brazo partido con los problemas espirituales que encara, y no solo tratando de seguir un rumbo rígido que ya existe en su estructura mental.
No obstante, quienes comprenden, de manera directa, los particulares perfiles de la mente de un individuo pueden prever cómo se desarrollará su meditación, tal como, quien está minuciosamente familiarizado con la composición de la corteza terrestre bien sólida, por lo general puede esperar que un volcán haga más bien erupción en una región que en otra región. Cuando las fuerzas que brotan de las entrañas de la Tierra están por entrar en erupción, deben seguir la línea de menor resistencia, y el lugar por donde pasen dependerá en gran parte de cómo serán los alrededores con los cuales se enfrentarán. La diferencia entre las fuerzas volcánicas y el anhelo espiritual es que las primeras son inconscientes, mientras que el anhelo espiritual es un fenómeno consciente. La inteligencia cumple un papel importante durante la meditación, y es el Maestro quien enciende esta inteligencia dándole al aspirante de la verdad unas pocas sugerencias simples sobre qué clase de cosas tiene que hacer o esperar en sus meditaciones.
La meditación ha sido a menudo interpretada erróneamente como un proceso mecánico durante el cual se fuerza a la mente sobre alguna idea, sobre algún objeto. Naturalmente, la mayoría aborrece meditar porque le resulta muy difícil obligar a la mente a que siga una dirección en especial o viceversa, que se atenga a una cosa en particular. Cualquier manejo mecánico de la mente es no solamente molesto, sino que en última instancia, seguramente va llevar al fracaso. El primer principio que los aspirantes tienen que recordar es que, durante la meditación, a la mente sólo se la puede controlar y dirigir de acuerdo con leyes inherentes de la estructura mental propia, y de ninguna manera mediante la aplicación de fuerzas mecánicas o semi-mecánicas o condicionadas.
Muchas personas que técnicamente no meditan se encuentran frecuentemente enfrascadas en forma profunda e intensa en pensar de manera sistemática, ordenada, clara sobre algún problema práctico o algún problema teórico vinculado con algún tema en particular. El proceso mental de esas personas es, en un sentido, muy parecido a la meditación, puesto que la mente se aboca por completo a pensar intensamente en un tema particular y de esta manera excluyen todas las demás cosas que no son relevantes. La meditación suele ser fácil, espontánea en esos procesos mentales porque la mente medita sobre un objeto que le interesa y que comprende cada vez más.
La tragedia espiritual de los sucesivos pensamientos comunes, pensamientos corrientes es que no se dirigen hacia cosas que tienen valor, de real importancia. Por otra parte, el objeto de la verdadera meditación siempre tiene que ser escogido cuidadosamente y debe ser un tema espiritualmente importante, esto ha de ser alguna forma o algún objeto vinculado a lo divino, o algún tema o verdad espiritualmente significativos. A fin de que la meditación sea exitosa, la mente debe interesarse no solamente en temas o en verdades vinculadas a lo divino, sino que también debe empezar a tratar de comprenderlos, valorarlos y apreciarlos. Este tipo de meditación inteligente es un proceso natural de la mente, y puesto que evita la monótona rigidez y la regularidad de la meditación mecánica, se torna por un lado espontánea, inspiradora y por otro fácil y exitosa.
Hay que diferenciar la meditación de la concentración. La meditación es la primera etapa de un proceso que evoluciona gradualmente hasta llegar a la concentración. Durante la concentración, la mente procura unirse con su objeto procediendo a fijarse en ese objeto, mientras que la meditación consiste en pensar cabalmente en un objeto particular excluyendo todos los demás objetos, todas las demás cosas. Durante la concentración prácticamente no hay movimiento mental, pero durante la meditación la mente se mueve de una idea relevante a otra. Durante la concentración la mente piensa solo acerca de alguna fórmula sucinta, concisa, simple, sin ampliarla mediante una sucesión de ideas. Durante la meditación, la mente trata de comprender y asimilar al objeto pensando en los diversos atributos de las formas o en las variadas implicaciones que tiene la fórmula. Durante la concentración, al igual que durante la meditación, se entremezclan el amor y el anhelo que la mente siente por el objeto divino o por el principio acerca del cual está pensando, y estas dos actividades son muy diferentes de los procesos que son estrictamente mecánicos que son rigurosamente regulares y absolutamente monótonos.
Quienes no son capaces de concentrarse intensamente tienen que empezar con la meditación, mientras que para quienes tienen capacidad para concentrarse, la meditación es innecesaria. Basta con que se concentren en la forma del Dios-Hombre o de un Hombre-Dios, o en alguna forma sencilla como, por ejemplo: “Yo no soy el cuerpo físico, el cuerpo sutil, ni el cuerpo mental: yo soy el alma (atma)”.
La meditación es esencialmente un asunto individual en el sentido de que no propende a la exhibición social sino al propio adelanto espiritual. El total aislamiento del individuo respecto de su entorno social conduce casi siempre a una práctica de la meditación sin ningún tipo de perturbaciones. Los yoguis de la antigüedad procuraban recluirse por completo en la cima de las montañas o en cuevas. Una gran quietud y un imperturbado silencio son esenciales para tener éxito. Sin embargo, no es necesario que la persona se dirija a las montañas o a las cuevas en busca de estas condiciones. Si el aspirante se toma un poco la molestia puede obtener, incluso en las ciudades la quietud, el silencio y el aislamiento necesarios que faciliten y promuevan su avance en las diversas formas de meditación.
Estar a oscuras o cerrar los ojos no es absolutamente necesario para meditar. Si el aspirante a la verdad encara directamente el objeto de la meditación, puede meditar exitosamente incluso teniendo los ojos abiertos. Pero en la mayoría de los casos, alejarse de escenas y de sonidos físicos es más propicio para la meditación intensa. Conseguir un silencio externo total implica escoger cuidadosamente el sitio en el que se meditará, pero sólo habrá que cerrar los ojos a fin de proteger a la mente de escenas que la molesten, que la perturben. A veces, cuando hay luz, cerrar los ojos no basta para evitar el estímulo visual. Entonces es aconsejable empezar a meditar en completa oscuridad. Normalmente la oscuridad fomenta el progreso durante la meditación.
No hay reglas fijas en relación a la postura. Se puede adoptar cualquier postura cómoda, en la medida que contribuya a que la mente esté alerta y de esta manera no provocar, no generar sueño. La postura no debe implicar tensiones, ni dolores físicos porque entonces atraería la atención del hombre al cuerpo físico. Por lo tanto, el cuerpo debe estar completamente relajado como cuando nos disponemos a dormir, pero debe evitarse la postura habitual que se adopta para dormir porque tiende a provocar sueño. Una vez adoptada una postura adecuada y conveniente, es de ayuda pensar que la cabeza es el centro del cuerpo. Cuando se considera que la cabeza es el centro, resulta más fácil olvidarse del cuerpo y fijar la atención en el objeto de la meditación.
Lo deseable es que el aspirante al conocimiento mantenga la misma postura para cada meditación. Las anteriores asociaciones de la postura del aspirante con sus meditaciones lo capacitan especialmente para inducir y facilitar meditaciones similares. Cuando el cuerpo adoptó la postura elegida, se encuentra constantemente bajo la sugestión inconsciente, subconsciente de que no debe obstruir más a la consciencia y que tiene que ser útil al propósito de la meditación. La elección del mismo sitio y de una misma hora fija tiene también un efecto positivo, desarrollante, saludable. De ahí que el aspirante deba interesarse seriamente en elegir un lugar, una postura y una hora siempre iguales, idénticos. La elección del sitio también implica tener en cuenta sus asociaciones y sus posibilidades. Hay que dar especial importancia a meditar en lugares sagrados en los que los Maestros vivieron o también meditaron personalmente.
El lugar, la postura y la hora de la meditación tienen todos su respectiva importancia, y varían de acuerdo con las peculiaridades y la historia de la persona, del individuo. Por eso, un Maestro suele impartir a cada discípulo instrucciones distintas y convenientes para cada persona. Sin embargo, cuando la meditación ya es habitual mediante práctica constante, es posible dejar de atenerse a un lugar, una postura o un tiempo fijos, ya que el aspirante podrá seguir meditando en cualquier hora y en cualquier circunstancia. Puede abstraerse y meditar, aunque cuando esté por ejemplo caminando.
No hay que encarar con pesadumbre la meditación, como si fuéramos a tomar aceite de castor. Tenemos que tomarla con seriedad, pero sin gravedad, sin melancolía, sin tristeza. El buen humor y la alegría no sólo no afectan el progreso de la meditación, sino que también contribuyen realmente a ella. La meditación no debe convertirse en algo desagradable, en algo molesto. El aspirante debe permitirse libremente la alegría natural que acompaña a la meditación expansiva, fructífera, sin volverse adicto a la meditación. La meditación debe ser algo parecido a una excursión por los planos superiores. A semejanza de las excursiones por entornos naturales, materiales, nuevos y bellos, la meditación es portadora de una sensación de entusiasmo, aventura, paz y alegría. Hay que eliminar todo pensamiento que implique depresión, temor o preocupación si queremos que la meditación sea realmente exitosa.
La meditación colectiva tiene sus propias ventajas, aunque la meditación es esencialmente un asunto individual. Si los distintos aspirantes, que están recíprocamente en armonía, encauzan juntos la misma meditación, sus pensamientos tienden a acrecentarse y fortalecerse unos con otros. Esto se nota particularmente cuando los discípulos del mismo Maestro se dedican a meditar colectivamente sobre el Maestro. Si la meditación colectiva de ese tipo ha de ser totalmente ventajosa, cada aspirante que participe no deberá interesarse en lo que los otros integrantes del grupo estén haciendo sino en la marcha de su propia meditación. Aunque el aspirante inicie su meditación en compañía de otros, tiene que sumirse en el objeto de su propia meditación. Tiene que olvidarse del mundo entero, incluido su propio cuerpo, y estar exclusivamente al tanto del objeto convenido antes del comienzo de la meditación. La meditación colectiva, cuando se la maneja con inteligencia, es de inmensa ayuda para los principiantes, mientras que los aspirantes avanzados pueden continuar por su cuenta.
Es un hecho común que, en el pensamiento ordinario, existe una ininterrumpida corriente de ideas, que se van sucediendo unas a otras, pero cuando la mente se pone a meditar de manera sistemática, orgánica, ordenada, la reacción inevitable es que tienda a que pensamientos irrelevantes, superficiales y contrarios entre sí surjan y creen perturbaciones. Ésta es la ley que rige en la mente, y al aspirante no debe molestarle que en la consciencia aparezcan muchos pensamientos contrarios e indeseables que hasta entonces nunca habían aparecido. La meditación implica traer al primer plano de la consciencia el contenido subconsciente de la mente. A semejanza del mago que hace que muchas cosas extrañas e inesperadas cobren vida, el proceso de la meditación provoca muchos pensamientos absurdos e indeseados. El aspirante debe esperar y estar preparado para todos estos pensamientos perturbadores y debería tener paciencia, una paciencia inagotable junto con inquebrantable confianza de que, en última instancia, tarde o temprano todas estas perturbaciones serán superadas.
La condición final, pero no menos importante, para una meditación exitosa es adoptar la técnica acertada para manejar los pensamientos perturbadores y los influjos de la propia mente. Es inútil malgastar energía tratando de combatir, reprimir o suprimir directamente los pensamientos perturbadores. Cualquier intento de esta índole implica prestarles más atención, y ellos se nutren con esta misma atención que les prestamos con el fin de reprimirlos, con lo que se fortalecen y establecen aún más en la consciencia. Lo mejor es ignorarlos y volver lo antes posible al objeto de la meditación sin dar una importancia grande, fuerte a los factores perturbadores. Si reconocemos la insignificancia, la irrelevancia de los pensamientos perturbadores, así como el valor relativo y la importancia del objeto de la meditación, vamos a conseguir gradualmente que estos pensamientos perturbadores mueran por abandono, dejen de existir, desaparezcan, lo que hace que la mente quede perfectamente enfocada respecto al objeto de la meditación que hemos elegido.