El sexo sin duda es uno de los problemas más importantes que enfrenta la mente humana en la esfera de la dualidad. Es uno de los “temas” en la constitución de la naturaleza humana con los que se tiene que lidiar. Como todo los demás temas en la vida humana, el sexo se considera a través de los opuestos, opuestos que son creaciones necesarias de la mente ordinaria, limitada. Así como la mente intenta que la vida encaje, se ordene en un esquema de alternativas opuestas como la alegría o el dolor, el bien o el mal, la soledad o la compañía, la atracción o la repulsión; de igual manera con el sexo, se tienden a considerar los dos opuestos, o somos indulgentes con el sexo o lo reprimimos, ambas alternativas de las cuales no hay una escapatoria aparente. Parecería que el hombre tuviera que aceptar una u otra alternativa. Sin embargo, no puede aceptar a ninguna, porque al intentar la represión, queda insatisfecho con su situación y anhela lo opuesto, la indulgencia; y cuando intenta la indulgencia, la permisividad, se da cuenta de su esclavitud a los sentidos y procura liberarse volviendo a la represión, a la represión mecánica. De manera tal que la mente permanece insatisfecha con ambas alternativas y de esta manera surge uno de los problemas más vitales y complicados de la vida humana.
Para resolver el problema del sexo, la mente debe primero entender que ambas alternativas son igualmente creación de la imaginación, imaginación que trabaja bajo la forma engañosa del deseo. El deseo está implícitamente presente tanto en la represión, como en la satisfacción. Ambas dan por resultado que la consciencia se corrompa mediante la lujuria o el deseo por las sensaciones. Por eso la mente inevitablemente queda inquieta con cualquiera de ambas alternativas. Así como hay penumbra y falta de sol cuando hay nubes en el cielo, ya sea que llueva o no, cuando la mente humana está envuelta por el deseo, hay disminución del ser, falta de felicidad real, verdadera, ya sea que pueda satisfacer el deseo o no. Cuando la mente se inquieta por el deseo, crea una idea ilusoria de felicidad, idea que está basada en la gratificación del deseo; y después, al saber que el alma sigue insatisfecha incluso después de gratificar el deseo, de saciar el deseo, busca liberarse mediante la represión, la represión mecánica. Así, buscando felicidad y libertad, la mente queda atrapada en los opuestos, por un lado de la indulgencia, la permisividad y por el otro de la represión, ambos la mente los encuentra igualmente decepcionantes. Como no intenta ir más allá de estos opuestos, oscila de un opuesto al otro y, por consiguiente, de una decepción a otra decepción.
Así, el deseo falsifica el funcionamiento de la imaginación y le presenta a la mente la opción de dos alternativas por un lado de la indulgencia, la permisividad y por otro lado la represión, ambas demuestran ser igualmente engañosas en su promesa de felicidad. Sin embargo, a pesar de que estas decepciones están alternadas y repetidas tanto en la indulgencia como en la represión, la mente generalmente no renuncia al deseo, que es la causa raíz de su infelicidad, ya que al decepcionarse con la represión es fácilmente susceptible de ir a la falsa promesa de satisfacción y al decepcionarse con la gratificación del deseo, es fácilmente susceptible de regresar a la falsa promesa de la represión puramente mecánica.
Esto es como moverse dentro de una jaula. La entrada al Sendero espiritual de la renuncia interna y espontánea al deseo permanece cerrada para quienes no tienen la buena fortuna de ser despertados por un Maestro.. Pero el despertar verdadero es la entrada al sendero de la sabiduría, es la entrada al conocimiento que, con el paso del tiempo, seguramente nos conducirá a la libertad y la felicidad duradera de la vida eterna. La renuncia interna y espontánea del deseo es tan diferente de la represión mecánica, como lo es de la indulgencia y de la permisividad. La mente recurre a la represión mecánica del deseo por decepción, pero recurre a la renuncia interior, a la renuncia espontánea del deseo, por desilusión o por el despertar.
La necesidad creada por el exceso de permisividad o el exceso de represión mecánica surge sólo cuando la naturaleza del deseo no se capta claramente. Cuando el peregrino se vuelve plenamente consciente de la esclavitud y del sufrimiento inevitable que conlleva el deseo, comienza voluntariamente a desprenderse, a despojarse del deseo mediante un entendimiento inteligente, a través del conocimiento. Entonces la cuestión dela indulgencia o la represión surge sólo cuando hay deseo. La necesidad de ambas desaparece con la desaparición completa del deseo. Cuando la mente está libre del deseo, ya no se puede desestabilizar por estas falsas promesas que provienen o bien de la permisividad o bien de la represión mecánica.
Sin embargo, se debe tener en cuenta que una vida llena de libertad está más cerca de aquella vida que elige la restricción, que aquella que se aferra a la permisividad, aunque en calidad, es esencialmente diferente de ambas. Debido a ello, para el peregrino, es preferible una vida de celibato estricto a una vida conyugal, si la restricción o la capacidad de poder abstenerse se da fácilmente sin una sensación de excesiva represión, de auto-represión. Tal restricción es difícil para la mayoría de las personas y en ocasiones es imposible, entonces para estas personas, la vida conyugal es decididamente mucho más útil que la vida del celibato. Para la gente del mundo, la gente común, la vida conyugal sin duda es recomendable, excepto para aquellos que tengan una aptitud especial o capacidades desarrolladas para el celibato.
Así como la vida del celibato requiere y llama al desarrollo de muchas virtudes, la vida conyugal también nutre el crecimiento de muchas cualidades espirituales de mayor importancia. El valor del celibato radica en el hábito de la restricción y en el sentido de independencia que el celibato otorga. Pero mientras la mente no se libere por completo del deseo, no hay verdadera libertad. Igualmente, el valor del matrimonio estriba en las lecciones constantes, que requieren de una relación armónica, de ajuste mutuo y en el sentido de unidad con el otro. Sin embargo, la verdadera unión o disolución de la dualidad es posible sólo mediante el amor divino, amor divino que no puede nacer mientras exista la más mínima sombra de lujuria o de deseo en la mente. Sólo recorriendo el Sendero de la renuncia interior, de la renuncia espontánea al deseo, es posible alcanzar la libertad y la unidad verdaderas.
Para la persona célibe, así como para la persona que esta casada, el Sendero de la vida interior es el mismo. Cuando el peregrino es atraído por la Verdad, no anhela nada más, y como esta Verdad, es parte cada vez mayor de su entendimiento, en forma gradual se va apartando y se va desprendiendo del deseo. Ya sea en el celibato o en el matrimonio, ya no hay posibilidades de dejarse llevar por las falsas promesas de gratificación y saciedad o por otro lado de represión mecánica. Hay una práctica espontánea de la renuncia interna al deseo hasta que se llega a la liberación de los opuestos, de estos opuestos falsos y engañosos. El Sendero de la perfección está abierto al peregrino ya sea en celibato o en matrimonio, y su comienzo a partir del celibato o del matrimonio, va depender de sus sanskaras y de sus lazos kármicos. Aceptando alegremente las condiciones que su vida previa han determinado para él y en función de eso cómo las utiliza para su avance espiritual, en función al ideal que ha llegado a percibir.
De esta manera, el buscador debe elegir uno de los dos rumbos que están abiertos para él. Debe adoptar la vida de celibato o la vida conyugal, y evitar a toda costa un compromiso superficial entre ambos. Los excesos en la satisfacción sexual tienden a sumergir al peregrino en un caos, que puede ser muy peligroso, lamentable y donde la lujuria se vuelve ingobernable. Como esta lujuria es difusa y sin dirección oscurece los valores más elevados, los vela, perpetuando el enredo y creando dificultades muchas veces insuperables en el Sendero espiritual, dificultades para la renuncia interna y espontánea del deseo. El sexo en el matrimonio es completamente diferente al sexo fuera del matrimonio. En el matrimonio, los sanskaras de la lujuria son mucho más tenues, son más fáciles de eliminar. Cuando el vinculo sexual es acompañado por un sentido de responsabilidad, por amor, por idealismo espiritual, las condiciones para la sublimación del sexo son mucho más favorables que cuando el sexo es superficial, promiscuo y barato.
En la promiscuidad, la tentación de explorar las posibilidades del contacto solo sexual, son muy grandes, es formidable. Es solamente con la máxima restricción del alcance del sexo que el buscador puede llegar a alguna comprensión real de los valores que son alcanzables mediante la transformación paulatina del sexo en amor. Si la mente intenta entender el sexo aumentando el alcance de las experiencias sexuales, no hay límites a las ilusiones y engaños a lo que se ve sometido, de los que se vuelve una presa, ya que el alcance de las sensaciones son inmensas, son muy grandes. Con una actitud promiscua, la mente pone foco en la lujuria, de manera tal que el individuo no puede hacer otra cosa que experimentar y relacionarse con otros a través de la lujuria, cerrando así la puerta a experiencias más profundas.
La Verdad no se puede alcanzar yendo de un vínculo a otro, saltando de una experiencia a otra, de experiencias superficiales por la vida y multiplicando contactos vacuos y superficiales. Se requiere una preparación de la mente para que pueda centrar sus capacidades en experiencias selectas y liberarse de todo aquello que la limita. Este proceso implica discriminar, observar entre experiencias que son desarrollantes, evolutivas, espirituales de aquellas experiencias superficiales, vanas o vacuas, con la idea de trascender lo más bajo, en favor de lo más elevado, esto se logra se hace posible mediante una concentración cabal, inteligente, y un interés real y sincero en la vida. Tal concentración cabal con un interés real quedan necesariamente imposibilitados cuando la mente se vuelve esclava en el hábito de desestabilizarse, de irse por la tangente, vagando entre múltiples objetos posibles que dan experiencias similares. En la vida del matrimonio, la gama de experiencias que hay en compañía de la pareja es tan amplia que la mente no pone el foco en la lujuria. Por lo tanto, existe una oportunidad real para que el peregrino reconozca y anule todos aquellos factores limitantes en la experiencia. Mediante la eliminación gradual de la lujuria, y la progresión a través de una serie de experiencias cada vez más ricas de amor y de sacrificio, finalmente se puede llegar al Infinito.