En el Karma Yoga verdadero, o la vida de acción perfecta, hay un ajuste apropiado entre los aspectos materiales y espirituales de la vida. En este tipo de vida, la consciencia no está atada a lo mundano y a las cosas materiales; pero al mismo tiempo, no se le permite rehuir de la existencia cotidiana. A la mente no se le permite estar inmersa en la vida material de deseos persistentes, ni se le permite fundirse en la dicha espiritual. Se utiliza para hacer frente y abordar los problemas de la vida desde el punto de vista del entendimiento espiritual.
El ajuste apropiado entre los aspectos materiales y espirituales de la vida no se asegura al darle la misma importancia a ambos. No se garantiza al tomar algo de lo material y algo de lo espiritual, para luego lograr un equilibrio entre los dos. El espíritu tiene y siempre tendrá una primacía inviolable sobre la materia, pero la primacía no se expresa evitando o rechazando la materia, sino al utilizarla como vehículo adecuado para la expresión del espíritu. Para un ajuste inteligente, la materia debe desempeñar el papel de instrumento flexible para la auto-manifestación del espíritu, sin hacerse de ninguna manera prominente por derecho propio. Así como el instrumento musical sólo es valioso si expresa la canción del músico, y se convierte en un obstáculo si no es completamente sumiso, la materia es de valor si le da libre y adecuada libertad de expresión al flujo creativo de la vida, y se convierte en un obstáculo si interfiere con ésta.
Debido a los múltiples deseos de la mente, la materia tiende a asumir importancia por sí misma. Para el ebrio, el vino lo es todo; para el hombre codicioso, el acaparamiento de dinero es lo más importante; y para el Don Juan, la búsqueda de sensaciones es el fin supremo de la vida. Estos son ejemplos de cómo, a través de los diversos deseos de la mente, la materia indebidamente obstaculiza y pervierte las expresiones del espíritu. La forma de restaurar la dignidad del espíritu no es rechazando la materia, sino usando la materia para las atribuciones del espíritu. Esto es posible, sólo cuando el espíritu se libera de todos los deseos y se hace plenamente consciente de su verdadero estatus. Cuando esto se logra, el hombre podrá tener bienes materiales, pero éstos no lo van a atrapar, el hombre podrá tener bienes materiales sin estar atrapados por ellos. Cuando es necesario, puede utilizarlos como medios para la vida del espíritu, pero no es atraído por ellos ni los ansía. Se da cuenta de que por sí mismos, no constituyen el significado real de la vida. Él puede vivir en el entorno material y social sin ningún anhelo por éstos y, estando desapegado, puede convertirlos en el campo de acción para la vida espiritual.
Cuando se asegura un ajuste verdadero entre el espíritu y la materia, no hay fase en la vida que no se pueda utilizar como expresión de la divinidad. Ya no existe ninguna necesidad de escapar de la vida cotidiana y de sus enredos. La libertad del espíritu, que se busca al evitar contacto con el mundo, procurando cuevas, procurando montañas, es una libertad negativa. Cuando el retiro es temporal y se practica para digerir experiencias mundanas y desarrollar desapego, tiene sus propias ventajas y da un respiro en la carrera de la vida; pero cuando el retiro se basa en miedo hacia el mundo o falta de confianza en el espíritu, lejos está de ser útil para lograr la libertad verdadera. La verdadera libertad es esencialmente positiva y se expresa mediante el libre dominio del espíritu sobre la materia. Esta es la verdadera vida del espíritu.
La vida del espíritu es la expresión del Infinito, y como tal, no tiene límites artificiales. La verdadera espiritualidad no se debe confundir con un entusiasmo exclusivo por alguna moda. No se trata de un “ismo”. Cuando alguien busca la espiritualidad, separándola de la vida como si no tuviera que ver con el mundo material, su búsqueda es inútil. Todo credo , todo culto tiende a enfatizar algún aspecto fragmentario de la vida, pero la verdadera espiritualidad es totalitaria en su perspectiva. La esencia de la espiritualidad no yace en el interés especializado, en algún interés estrecho por alguna parte imaginada de la vida, sino en una actitud iluminada hacia todas las variadas situaciones que la vida tiene. Cubre e incluye la vida en su totalidad. Todas las cosas materiales de este mundo pueden subordinarse al juego de Dios, y cuando se subordinan al juego de Dios, de esta forma son útiles para la auto-afirmación del espíritu.
El valor de las cosas materiales depende del papel que desempeñan en la vida del espíritu. En sí mismas no son buenas ni malas. Se vuelven buenas o se vuelven malas, dependiendo de si ayudan o impiden la manifestación de la Divinidad a través de la materia. Tomemos, por ejemplo, el lugar que ocupa el cuerpo físico en la vida del espíritu. No es correcto establecer una antítesis entre "la carne" y "el espíritu" porque esto casi inevitablemente termina en una condena ciega del cuerpo. El cuerpo obstruye la realización espiritual sólo si se le permite hacer demandas por su propio derecho. Su correcto funcionamiento se entiende adecuadamente al ser auxiliar para los propósitos espirituales. El jinete necesita un caballo para librar la batalla, pero el caballo puede llegar a ser un estorbo si no es completamente sumiso a su voluntad. De la misma manera, el espíritu debe vestirse con la materia para lograr la posesión completa de sus posibilidades, pero el cuerpo a veces puede convertirse en un obstáculo si se niega a cumplir con las exigencias del espíritu. Si el cuerpo cede a las demandas del espíritu como lo debe hacer, se vuelve instrumento y puede bajar realmente el cielo a la tierra. Se convierte en un vehículo para que se pueda liberar la vida divina y cuando sirve a este propósito, se le puede denominar acertadamente, el templo de Dios en la tierra.
En vista de que el cuerpo físico y otras cosas materiales pueden utilizarse para la vida del espíritu, lejos de tomar alguna actitud hostil hacia ellos, la verdadera espiritualidad busca expresarse en, y a través de ellos. Por ende, el hombre perfecto no menosprecia las cosas bellas, no menosprecia la belleza, las obras de arte, los logros de la ciencia o los méritos de la política. Las cosas bellas pueden ser degradadas al convertirse en objetos de deseo o de celosa y exclusiva posesividad; las obras de arte se pueden utilizar para aumentar y explotar el egoísmo y otras debilidades humanas; los logros de la ciencia pueden ser utilizada para la destrucción mutua, como pasa en las guerras modernas; y el entusiasmo político, sin perspicacia espiritual, puede perpetuar el caos social y el caos internacional; sin embargo, todo lo anterior también puede ser manejado correctamente y espiritualizado. Las cosas bellas pueden ser fuente de pureza, fuente de felicidad e inspiración; las obras de arte pueden ennoblecer y elevar la consciencia colectiva de la gente; los logros científicos pueden evitar desventajas, sufrimientos innecesario a la humanidad; y la acción política puede ser instrumental para establecer una verdadera hermandad de la humanidad. La vida del espíritu no consiste en alejarse de las esferas mundanas de la existencia, sino en recuperarlas para el propósito divino, que es poner al amor, la paz, la felicidad, la belleza y la perfección espiritual al alcance de todos.
Sin embargo, quien viva la vida del espíritu debe permanecer desapegado de las cosas mundanas, sin ser frío o indiferente a ellas. El desapego no se debe malinterpretar como falta de aprecio, como falta de afecto. No sólo es compatible con la valoración real de las cosas, sino que es su condición misma. El deseo crea el autoengaño e impide una percepción correcta. Nutre las obsesiones y sostiene el sentimiento de dependencia a objetos externos. El desapego promueve el entendimiento correcto y facilita la percepción del valor real de las cosas, sin hacer que la consciencia dependa de las cosas externas. Ver las cosas como son, es captar su verdadero significado como partes de la manifestación de la Existencia Única, y ver a través del velo de su aparente multiplicidad, es liberarse de la obsesión insistente por cualquier cosa en su exclusividad y aislamiento imaginado. La vida del espíritu ha de encontrarse en la completud, que está libre de apegos, y en la apreciación, que está libre de enredos. Es una vida de libertad positiva en la cual el espíritu se infunde en la materia y brilla a través de la materia sin someterse a restricción alguna en cuanto a sus atributos.
Los acontecimientos y cosas de esta existencia terrenal se consideran ajenos, sólo cuando no se sumergen en la marea creciente de la espiritualidad integral. Cuando encuentran su lugar correcto en el esquema de la vida, cada uno de éstos se ve como partícipe en la sinfonía de la creación. Así, la espiritualidad no requiere un campo separado o exclusivo para expresarse; y no se degrada al ocuparse con las necesidades físicas, intelectuales y emocionales ordinarias de la gente. La vida del espíritu es una de existencia unificada e integral, que no admite compartimentos exclusivos o no relacionados entre sí.
La vida del espíritu es una manifestación incesante de amor divino y de entendimiento espiritual, y ambos aspectos de la divinidad son irrestrictos en su universalidad e indiscutibles en su exclusividad. Por ende, el amor divino no requiere ningún tipo de contexto especial para hacerse sentir; no necesita esperar raros momentos para su expresión, ni busca situaciones sombrías con aroma peculiares a santidad. Descubre su campo de expresión en cada incidente y situación que una persona ignorante pudiera dejar pasar por ser demasiado insignificante para merecer atención. El amor humano común sólo surge en condiciones adecuadas. Es la respuesta a cierto tipo de situaciones y es relativo a ellas. Pero el amor divino que brota de la fuente interior es independiente de los estímulos. Se da, por tanto, incluso en circunstancias que pudieran considerarse desfavorables por aquéllos que sólo han probado el amor humano. Si hay falta de felicidad, belleza o bondad en aquéllos que rodean al Maestro, esto mismo se convierte para él en una oportunidad para derramar su amor divino en ellos y redimirlos del estado de pobreza material o de pobreza espiritual. Sus respuestas cotidianas a su entorno mundano se vuelven expresiones de divinidad dinámica y creativa que se propaga y espiritualiza a todo lo que aplica su mente.
El entendimiento espiritual, que es el aspecto complementario de la vida del espíritu, debe distinguirse de la sabiduría mundana, que es la quintaesencia de los convencionalismos del mundo. La sabiduría espiritual no consiste en una aceptación incuestionada de los hábitos del mundo. Los hábitos del mundo casi siempre son el efecto colectivo de las acciones de las personas inclinadas hacia el materialismo. La gente del mundo considera algo como correcto y lo hace correcto para personas de inclinaciones similares. Por lo tanto, el seguimiento ciego de convencionalismos no necesariamente asegura una acción inteligente. La vida del espíritu no puede ser una vida de imitación sin ningún tipo de críticas, sin ningún tipo de cuestionamientos; debe basarse en una verdadera comprensión de los valores.