El misterio del universo tiene una estructura jerárquica. Hay órdenes que corresponden a grados superpuestos. El panorama espiritual del universo se pone de manifiesto como una pendiente en la que las leyes se van superponiendo. El hecho de que un tipo de ley se superponga a otra implica que las leyes de más abajo son elásticas y flexibles para que operen las leyes superiores, que se les superponen. Esto, en lugar de constituir una anomia significa un régimen de leyes graduales que se adaptan unas a otras de tal manera que todas se someten al supremo propósito de Dios, el Creador.
Las leyes de más abajo se subsumen a las leyes de más arriba. En primer lugar tenemos la ley de causa y efecto, que reina suprema en la Naturaleza. Estas leyes naturales son aparentemente mecánicas, rígidas e inexorables, pero actuando e interactuando con la fuerza vital, conducen a leyes superiores que determinan los sanskaras o impresiones, y se superponen a aquéllas. El determinismo de las impresiones no es una excepción a las leyes de la causalidad sino su forma más delicada y elevada. Se superpone a las leyes de causalidad mecánica.
Tomemos un ejemplo para ilustrar el funcionamiento de los órdenes superpuestos en el panorama espiritual. Los días de toda alma encarnada en el mundo denso, y lo que ellos deparan, son determinados por las impresiones acumuladas de vidas pasadas. Pero este determinismo de las impresiones no opera independientemente o desafiando las leyes de la causalidad corriente. Por el contrario, funciona a través de leyes de causalidad establecidas; por ejemplo, una dieta equivocada, la gula o cualquier otra desatención de las leyes fisiológicas naturales afectará claramente la duración del término de vida del cuerpo físico. Del mismo modo, el uso inteligente de leyes conocidas afectará lo que suceda durante este lapso de vida. Pero, ya sea que el alma individual preste atención o no a estas leyes, las impresiones la determinarán, o sea, que depende de lo que ella misma acumuló. De manera que lo fisiológico y otras leyes causales se flexibilizan y se subsumen a leyes kármicas superiores. La ley del karma se superpone y usa las otras leyes de la Naturaleza sin transgredirlas.
Los denominados milagros tampoco transgreden de modo alguno las leyes naturales. Ningún milagro es una excepción a las leyes que existen en el universo. El milagro es un claro resultado de la operación impersonal o del uso consciente de leyes establecidas, propias de las esferas interiores. Se lo llama milagro porque no se lo puede explicar según las leyes conocidas del mundo denso. En este caso, hay leyes desconocidas que se superponen a leyes conocidas, pero éste no es un caso de caos o anomia.
Hay muchos ejemplos de milagros. Dar la vista a los ciegos y logros semejantes han sido incluidos en la categoría de milagros. Estos hechos no dejaron de lado las leyes del universo sino que son expresiones de leyes y fuerzas desconocidas e inaccesibles para la mayoría de los seres humanos. Hay algunas personas que, mediante el uso de sus poderes sobrenaturales, pueden mantener vivos sus cuerpos durante centenares de años aunque no estén necesariamente avanzadas espiritualmente. Del mismo modo, la persistente aura de un santo puede obrar milagros desde el sitio en el que está sepultado.
El ámbito de los milagros es muy vasto. Ni siquiera el mundo animal está exento de posibles milagros. Aunque mamíferos como las marsopas y otros animales no han desarrollado plenamente el cuerpo sutil, sus formas densas tienen un equivalente en el mundo sutil. La matriz rudimentaria sutil, que aún tiene que desarrollarse hasta constituir funcionalmente una forma sutil autónoma, puede ser útil para algunos propósitos y convertirse en un medio para obrar milagros. Dentro de los lindes de lo probable están los relatos acerca de hechiceros que hicieron que grupos de marsopas llegaran de mar abierto a la playa para participar de un festín con los nativos del lugar. Pero todo este ámbito de lo sobrenatural, oculto, milagroso y mágico –de magia negra o blanca– debe considerarse como carente de valor espiritual intrínseco.
Los fenómenos ocultos, como los estigmas, la telequinesis (desplazamiento de objetos por el aire, como por ejemplo, una hostia), alargamiento, levitación, etcétera, pueden divertir, asombrar o dejar a la gente estupefacta. Sin embargo, no pueden producir una cura o elevación espiritual, que es lo que verdaderamente importa. Son solamente un ejemplo de leyes de la Naturaleza, comunes y conocidas, a las que se superponen leyes de las esferas internas, que son sobrenaturales y desconocidas. Los curiosos bien podrían ocupar su mente con estas cosas, pero es mejor relegarlas a un segundo plano porque no tienen importancia. Quien ama verdaderamente a la Verdad pasa junto a estas cosas sin involucrarse con ninguna de ellas. No puede darse el lujo de distraerse o desviarse de su real objetivo, a saber, el de alcanzar la unión con Dios y reflejar el resplandor de su pureza y amor.
Los milagros, aparentemente anómalos, no constituyen una transgresión de las conocidas leyes de la Naturaleza sino que son sólo otras leyes desconocidas que se superponen. Tampoco significan una transgresión de las leyes kármicas superiores que se superponen a leyes tanto naturales como sobrenaturales. Sin embargo, entre los órdenes superpuestos en el panorama espiritual hay un factor importante que trasciende y controla todas las leyes, incluidas las sobrenaturales y las del karma. Ese factor es la gracia divina, la cual está más allá de todas las leyes.
Dios perdona los pecados en el sentido de que no condena eternamente a nadie por sus pecados. Mantiene eternamente abierta la puerta de la redención. Mediante plegarias reiteradas y sinceras es posible escapar de los inexorables resultados de la ley del karma. El perdón que pedimos a Dios suscita en Él su inescrutable gracia, que es la única que puede dar una nueva dirección a lo que el karma determina inexorablemente.
El único milagro que merece llamarse así es la gracia divina que nada sabe de ataduras y es capaz de controlar al universo entero con todas sus leyes. La gracia es el último factor que se superpone sobre esos órdenes graduales que predominan en el panorama espiritual.
A la gracia divina no le interesan los fenómenos. Lo que le interesa es la emancipación y la realización espiritual de las almas. He aquí una pregunta interesante: “¿Dios hace milagros en el sentido más estricto de hacer funcionar las leyes ocultas de las esferas internas?”. Ésta es la respuesta: “Dios lo hace todo y, al mismo tiempo, no hace nada. Deja todo librado a las fuerzas naturales y sobrenaturales prevalecientes en el panorama espiritual del universo”.
Aunque Dios no hace nada a modo de pequeños milagros, el universo entero, que ha emanado de Él, es un milagro de milagros. Cuanto más reflexionamos sobre todo lo que el universo contiene –hasta sobre las cosas más humildes– más milagroso parece a la mente humana. Y el universo –que incluye un número infinito de cosas como ésas, poniendo en cada una un sello indeleble de importancia eterna– es un milagro incuestionable porque admite mil preguntas pero no brinda respuesta alguna al limitado intelecto humano. Entonces, después de crear este milagro supremo del universo, Dios no se toma la molestia de realizar más milagros menores dentro de este universo, sino que lo deja librado a la vigencia de las leyes. Sin embargo, esto no se aplica al Dios-hombre que, si lo juzga adecuado y necesario, realiza innumerables milagros que se superponen al normal funcionamiento rutinario del universo, sin darles especial importancia.
Dios lo hace todo y, en otro sentido, no hace nada. Aunque Dios no hace nada, quienes se acercan a Él con amor y entrega, consiguen todo lo que importa en el ámbito espiritual, aun cuando Él no haga nada especial con esas personas. A Dios se lo puede comparar con el sándalo. Emite constantemente un dulce aroma en toda dirección, aunque sólo los que se toman el trabajo de estar cerca de él aprovechan su encantadora fragancia. Pero no podemos decir que el sándalo haya hecho algo especial con quienes se le acercan, porque la emanación de su dulce aroma está saliendo todo el tiempo, sin que se dirija específicamente hacia persona o personas determinadas. Está al alcance de todos y cada uno que se preocupa de ponerse a su alcance. De manera que, en un sentido, el sándalo da, y en otro sentido, no da. Tomemos otro ejemplo. El río da agua a los que tienen sed en el sentido de que, si los sedientos se acercan al río y beben sus aguas, se les apaga la sed, pero el río nada hace para invitarlos a que se le acerquen o a que se sacien con sus aguas.
Estos ejemplos muestran cómo Dios lo hace todo y, al mismo tiempo, no hace nada. Lógicamente, esto se aplica a los denominados milagros, que son sucesos menores dentro del gran milagro. A la mente también se la puede llamar el gran milagro del universo porque la ilusión del universo surge fuera de la mente. La mente es un milagro primigenio, pero la realización de su destino radica en que ella misma se aniquile. No ha cumplido su verdadero propósito si no desaparece por completo. El modelo provisorio de arcilla a menudo tiene que ser destruido a fin de sacar a relucir una estatua de importancia permanente; las tablas de madera son usadas con el solo objeto de dar forma a la laja de cemento; y el huevo de gallina no ha cumplido su destino hasta que el pollito que está incubándose lo rompe desde adentro con su pico. Del mismo modo, el molde de la mente sólo surge para que se lo despedace, y el hecho de que se lo haga añicos hace posible que se despliegue el verdadero e ilimitado entendimiento autónomo. De manera que la mente, que es el milagro primigenio, sólo nace para desaparecer.
El hecho de que la mente desaparezca significa que cesa de funcionar como tal. Cuando funciona normalmente, la mente ve, oye y habla, pero tiene que hacer que esto cese de funcionar. No debe ver, oír ni hablar acuciada por las impresiones, como está acostumbrada a hacerlo. Cuando logra hacer que las impresiones cesen de funcionar, entonces desapareció como mente y realizó el último milagro al desaparecer. La mente es un milagro en su origen, en lo que ella produce funcionalmente, y por último, aunque no menos importante, en su desaparición, que es la culminación de lo milagroso. Pero la mente no puede saltar sobre sí misma. No puede hacer que sus propias impresiones cesen de funcionar. Lo único que puede hacer es dar un salto mortal y fingir que se aniquila, como las víboras y los escorpiones suelen fingir que están muertos como último recurso para salvarse.
Cuando la mente se aniquila, esto no sucede porque haga un salto mortal o acrobacia sino por un acto de la gracia divina. No podemos negar ni explicar esta gracia divina que trasciende todos los órdenes y sus grados, junto con todas sus leyes, en el panorama espiritual. Con la aniquilación de la mente se eliminan todos los milagros menores y mayores. Éste es el único milagro que merece llamarse así y que es necesario espiritualmente. Todos los demás milagros, a pesar de su gradual superposición en el panorama, semejan olas fugaces que se elevan y caen sobre la superficie del océano sin poder sondear sus inconmensurables abismos.
El milagro de la aniquilación de la mente implica la completa desaparición de todas las formas de la multiplicidad. Las muchas divisiones, que la mente crea en demasía y en las que se involucra, se hallan todas en el ámbito de la ilusión o de los objetos que la misma mente crea. En el ámbito del mundo objetivo de la imaginación hay diferencias; por ejemplo, entre la cobra, el tigre, el hombre, etcétera. Pero no están en la mente, la cual es el origen de esta imaginación. Toda separatividad desaparece tan pronto la mente, que es la creadora de la separatividad, llega a su fin mediante el accionar de la gracia divina.