Mucho han dicho los científicos, psicólogos, filósofos, moralistas, espiritualistas, místicos, santos y sabios, lo mismo que cualquier hijo de vecino, sobre la interacción de las almas y su persistente oposición. Ellos difieren claramente en su apreciación de la importancia de esta relación trans-subjetiva y ciertamente en su actitud hacia ella, pero ninguno de ellos ha tratado con indiferencia la vida intra-subjetiva. Por herencia del hombre, desde el antojo inicial del Más Allá eterno, su consciencia está obligada a moverse dentro de los opuestos de ‘yo’ y ‘tú’; y esta yuxtaposición circunscribe los abismos en los que el hombre puede caer, y también las cimas que puede escalar.
El ‘tú’ es una especie de alter ego, u otro ser dentro de sí. Pero la consciencia del ‘tú’ es necesariamente un desafío para delimitar al ser dentro de sí mismo. Es un eficaz control de la introversión o del recogimiento interno de la consciencia en un vacío subjetivo. Hay muchos impulsos que catapultan al alma y la unen con otras almas, de tal manera que le resulta imposible asumir una posición inflexiblemente separatista.
Tomemos unos pocos ejemplos. Los celos mantienen a la mente y al corazón arremolinándose sobre otra alma. La venganza también puede aferrar al objeto del alma con un entusiasmo que la salvaguarda de una posible recaída hacia una subjetiva y separatista vacuidad. Y de lo que es capaz el temor al fijar la mente y el corazón sobre el objeto que lo causa es demasiado conocido para que necesitemos mencionarlo especialmente. La dualidad percibida, en sus múltiples aspectos, sujeta a la mente en las garras de una abigarrada interacción de almas. Sin embargo, el carácter opresivo de la relación con matices sexuales es más sutil que todo el resto. Horada el ser mismo del alma separatista, y la hace explotar por dentro como una bomba de tiempo. Pero siempre se escapa por la tangente hacia la otra alma y deja su sello de patente fracaso en la alquimia del alma.
Aunque la consciencia sexual se aferra a su opuesto con franco fervor, aumenta la dualidad en lugar de disminuirla, y el alma continúa detenida y hechizada por el ‘otro’ que ella siente. Ese otro invencible es compañero constante de una consciencia impulsada por la sexualidad, y se lo percibe como el ‘otro’.
En sus logros más profundos, la oposición con matices sexuales lleva repentinamente a la superficie una frustración igualmente profunda que está latente en sí misma. Hasta en su forma más refinada y dirigida, no logra reducir la dualidad. De hecho, a pesar de las apariencias de lo contrario, es tal vez una de las separatividades más incisivas que predominan en la confundida psiquis. La consciencia de la sexualidad crea, en todos los niveles de la psiquis, los opuestos sexuales y su modo de jugar a las escondidas, al ganapierde, a la conquista y rendición, al amor y al odio, y a la frustración y triunfo. En el mejor de los casos tal vez atraviese el enérgico separatismo del alma, pero nunca es capaz de aliviarlo. Los pocos momentos en los que el separatismo se diluye y desaparece son seguidos por su acentuación de una forma más formidable.
El amor libre de ataduras reduce toda forma de dualidad. El amor sin trabas no nos permite volver a caer en una vacuidad subjetiva ni nos arroja a merced del ‘otro’ que sentimos. Nos libra de la atormentadora interacción de la dualidad de ‘yo’ y ‘tú’ que sentimos. Entre las separatividades de la psiquis, que crean y sostienen a la multicolor dualidad de ‘yo’ y ‘tú’, ninguna es más formidable que la del impulso sexual. Los opuestos sexuales, que son sus creaciones, se encuentran atrapados sin remedio en el juego de la ilusión, siendo incapaces de separarse o unirse realmente.
La multicolor interacción de las almas y la abigarrada oposición de ‘yo’ y ‘tú’ persisten hasta que, por la gracia de algún ser iluminado, el alma se inicia en el amor sin ataduras, el cual es libre de todo matiz de dualidad. Antes de que se concrete este alivio, cada alma tiene que sufrir la yuxtaposición de ‘yo’ y ‘tú’ durante incontables vidas. Por la lógica de la situación, cada alma es impulsada a reunir experiencias de ambos sexos, encarnando unas veces en forma masculina, y otras en forma femenina. Atada unas veces en un extremo de la oposición trans-subjetiva, y otras en el otro extremo, el alma se representa dentro de su propia psiquis la interacción de almas opuestas con las que se enfrenta hasta que se establece, aliviada, en el amor que nada sabe de diferencias ni ataduras. Solamente este amor puede entender tanto al ‘yo’ como al ‘tú’ como sus propias creaciones ilusorias, elevándose desde sí y desapareciendo dentro de sí para encontrar la inefable realización en el Más Allá eterno.