Las ceremonias y ritos externos, que predominan en las diversas religiones, son para la mayoría una establecida aproximación a Dios y a la Divinidad. Se los considera indispensables. Sin embargo, no son esenciales ni necesarios, aunque a veces los maestros los hayan permitido o impartido a modo de inevitable adaptación a la debilidad humana. También pueden practicarse provechosamente cuando el maestro así lo permite o imparte, pero sólo durante el lapso para el que fueron prescriptos, y en el contexto en el que se propone su ejecución. No tienen valor duradero ni pueden atar eternamente. Nunca fueron esenciales o indispensables; nunca son esenciales o indispensables; y nunca serán esenciales o indispensables.
Tomemos por ejemplo la severa disciplina y los ayunos asociados con el Ramadán. Sin duda son útiles para algún propósito espiritual. Pero un modo de contemplar esto es considerarlos una especie de racionamiento obligatorio de la comida y del agua en aquellas zonas en las que esto escasea, y donde este control era necesario para bien de la sociedad. No es necesario convertir las instrucciones del Profeta en normas de disciplina inflexibles y eternas. En el contexto en el que se impartieron fueron útiles para un propósito tanto material como espiritual. No se las puede considerar ineludibles o necesarias en todo tiempo y clima. Lo mismo es de aplicación con cualquier otra disciplina impartida por otros sabios o maestros.
A veces los maestros practicaron disciplinas externas que incluían las plegarias, y dieron ejemplo de humildad y buena disposición para aprender de los demás. Así, el papel que Muhammad cumplió consistió en que Gabriel le enseñara. De ese modo logró dos cosas. Primeramente dio al mundo un ejemplo de buena disposición para aprender de los demás, y en segundo lugar, despertó al maestro en Gabriel. Ningún maestro se ha contentado con meras disciplinas externas. Con sus enseñanzas, y también con su ejemplo, a menudo ellos mostraron a la plegaria como aproximación interior a Dios y a la Divinidad.
¿Qué constituye la esencia de la plegaria? Muchas plegarias dirigidas a Dios son corrientes entre sus amantes, al surgir, como lo hacen, de diversos contextos culturales. Algunas plegarias contienen invariablemente un elemento por el que se pide algo a Dios, ya sea material o espiritual. En realidad, Dios es tan misericordioso y generoso que, aun sin que se lo pidan, siempre da mucho más de lo que sus amantes pueden recibir. Él conoce mucho más que ellos qué es lo que realmente necesitan. Por lo tanto, es superfluo el hecho de pedirle algo a Dios. A menudo afecta al amor interno y a la adoración que una plegaria trata de expresar.
La ideal plegaria al Señor es nada más que una espontánea alabanza de su Ser. Le alabamos, no con espíritu de transacción sino con el objeto de olvidarnos de nosotros mismos y de apreciar lo que Él es realmente. Le alabamos porque es digno de alabanza. La alabanza es una respuesta espontánea que aprecia su verdadero ser, como luz infinita, poder infinito y dicha infinita. Es en vano intentar establecer una plegaria como modelo ideal para toda la gente de todos los tiempos. La gloria del Omnipotente trasciende todo intelecto humano y desafía toda descripción verbal. Eternamente nueva y renovándose en su ilimitada vastedad, nunca se desvanece. Tampoco nunca se reduce dentro de los límites de los mejores himnos.
Todos los himnos y plegarias están dirigidos a la Verdad eterna de la Deidad solamente para sumir a quienes los pronuncian en una adoración silenciosa e interminable. Si como plegaria ideal al Señor se significa una fórmula fija, cualquier búsqueda de esta fórmula es un desatino. En última instancia, todas las plegarias inician al alma en un silencio de dulce adoración que se ahonda cada vez más, y todas las fórmulas se disuelven y asimilan en una percepción integral y directa que aprecia la Verdad divina. Aquello que procura alcanzar lo inconmensurable, resulta imposible de medir con cualquier norma fija.
Las plegarias, cuando se las expresa de manera ritualista y repetitiva no justifican ni pueden justificar su esencia más recóndita, la cual consiste en adoración y amor al Amado eterno. Intentar estandarizar la plegaria es mellar su hermosura intrínseca.
Si lo que motiva nuestro rezo es hacer el bien a alguien, nuestra plegaria puede producir realmente el bien para esa persona y para nosotros mismos. Algunos rezan para beneficiar espiritualmente a quienes les hicieron algún mal; en este caso, ellos también están ayudando espiritualmente a otros. Pero todas las plegarias que tienen una motivación no alcanzan a ser la plegaria ideal, la cual carece de motivos. En todo el panorama espiritual del universo nada es más sublime que una plegaria espontánea. Emana a borbotones del corazón humano que está colmado de regocijo. Con ella, el espíritu libre se expresa sin que medien motivos. En su forma más elevada, la plegaria no da cabida a la ilusoria diarquía del amante y el Amado. Es un regreso a nuestro propio ser.