A través de los tiempos, la mente humana ha estado profundamente inquieta en su búsqueda de explicaciones finales acerca de las primeras cosas. La historia de estos esfuerzos tendientes a comprender las primeras cosas mediante el intelecto es una historia de reiterados fracasos. El rasgo redentor de estos grandes esfuerzos consiste en que, en lugar de descorazonarse por los confesos fracasos de pensadores del pasado, otros se inspiran como para realizar nuevos intentos. Todas estas explicaciones filosóficas son creaciones de la mente que nunca ha logrado trascenderse. De manera que son fracasos confesos, pero inspiradores; no obstante, cada fracaso de esta índole es una contribución parcial al conocimiento del Más Allá. Sólo los que han ido más allá de la mente conocen la Verdad en su realidad. Si a veces explican lo que ellos conocen –lo cual lo hacen muy raras veces–, sus explicaciones son limitadas al valerse también de palabras, pero éstas iluminan la mente, no la llenan con ideas novedosas.
El Más Allá unitario es una infinitud indivisible e indescriptible que busca conocerse. De nada sirve saber por qué lo hace. Intentar dar una razón de esto es involucrarse en más preguntas, e iniciar así una cadena interminable de razones de razones, y razones de estas razones, y así hasta el infinito. Antojo (Lahar) es el mejor modo de denominar la verdad lisa y llana acerca de este impulso inicial de conocerse. Un antojo deja de serlo si se lo puede explicar o racionalizar. Y así como nadie puede preguntar provechosamente por qué surge, de igual manera nadie puede preguntar cuándo surge. “Cuándo” implica una serie temporal con pasado, presente y futuro. Todo esto está ausente en el Más Allá eterno. Entonces llamemos “antojo” a esta ansia inicial de conocer. Si se prefiere, a esto se lo puede llamar explicación, o bien, afirmación de su inexplicabilidad inherente.
El antojo inicial es completamente independiente de la razón, del intelecto o de la imaginación que, en su totalidad derivan de este antojo. La razón, el intelecto y la imaginación dependen del antojo inicial, no al revés. Debido a que el antojo no depende de la razón, del intelecto o de la imaginación, no se lo puede entender ni interpretar en función de cualquiera de estas facultades de la mente limitada.
El primer antojo de conocer implica instantáneamente una dualidad, una aparente diferenciación (que no implica una disolución) en dos aspectos separados, que son infinitos como aspectos del Infinito. El primer aspecto es el de la consciencia infinita, y el segundo aspecto es el de la inconsciencia infinita. La dualidad se empeña en superarse y restablecer la unidad aparentemente perdida; la inconsciencia infinita trata de unirse con la consciencia infinita. Ambos aspectos son motivados por el antojo. Este antojo del Infinito es, en un sentido, comparable con la pregunta infinita que produce una respuesta infinita.
La respuesta infinita también surge con la pregunta infinita. La pregunta infinita es inconsciencia infinita; la respuesta infinita es consciencia infinita. Pero la pregunta infinita y la respuesta infinita simplemente no se anulan mutuamente ni vuelven a incurrir en la unidad original del Más Allá. Ahora los dos aspectos han descendido a la dualidad original que sólo puede resolverse cumpliendo todo el juego de la dualidad, no mediante cualquier atajo. La inconsciencia infinita no puede superponerse con la consciencia infinita, tal fusión es imposible.
La inconsciencia infinita tiene que sondear primeramente sus propias profundidades a fin de alcanzar a la consciencia infinita. Primeramente debe sentirse infinitamente finita y evolucionar gradualmente hasta ser consciencia limitada y limitativa. Con la evolución de la consciencia limitada y limitativa también está la evolución de la ilusión que limita a la consciencia limitativa. Los dos procesos marchan conjuntamente a la par.
Cuando la inconsciencia infinita trata de alcanzar a la consciencia infinita, el proceso no es instantáneo, debido a la infinita disparidad que existe entre las dos. El proceso demora un tiempo infinito, y la eternidad aparentemente se interrumpe en el pasado sin fin, en el presente pasajero y en el futuro incierto. En lugar de abrazar a la consciencia infinita en un acto atemporal, la inconsciencia infinita se alarga mediante un extensísimo proceso temporal, con todas sus innumerables etapas. Primeramente intenta sondear sus propias profundidades, después busca dando marcha atrás, y finalmente encuentra a la consciencia infinita mediante innumerables etapas, cumpliendo así el antojo del Más Allá.