La Realidad tiene necesidad de la ilusión para señalar que esto es ilusión. Una vez Baba nos dio un buen ejemplo de por qué esto es así. Estábamos en el norte, cerca del Himalaya. Hacía muchísimo frío. No teníamos estufas ni nada por el estilo, y vivíamos en una sola habitación. Estuvimos allí más de un mes. Baba utilizó esta habitación y nuestras circunstancias para darnos su ejemplo.
Teníamos nuestras colchonetas en el piso, y el aseo y el orden eran todo lo que podíamos tener, pues nunca había tiempo para barrer o limpiar realmente la habitación. Baba nos tenía demasiado ocupados para eso. Un día Baba estaba tratando de hacernos comprender la naturaleza de Maya, y utilizó nuestra habitación como ejemplo. Nos dijo con gestos:
–Supongan ahora que yo les señalo cuán polvorienta y desaseada se encuentra esta habitación. Ustedes me escuchan, pero permanecen complacientes e indiferentes. Me dicen que sí pero no se ponen a la altura de lo que pasa y realmente no creen que esto esté muy sucio. Entonces continúan viviendo en esta habitación.
“Luego se los digo una y otra vez, pero ustedes no me prestan atención. Me dicen que están muy cómodos y a gusto, y que la situación en la que están no tiene nada de malo. Ahora bien, supongan que yo agarro una escoba y empiezo a barrer, y que el ambiente se llena totalmente con el polvo que se acumuló durante tanto tiempo. Ustedes no pueden respirar, se asfixian y salen corriendo de la habitación. Esa asfixia que experimentan los convence de que la habitación en la que estaban viviendo estaba realmente sucia.”
De esta manera vivimos nuestras vidas en el mundo. Estamos tan enfrascados en lo que sea que estemos haciendo que nunca tenemos tiempo para limpiar o quitar el polvo. Ni siquiera nos damos cuenta de que se acumuló polvo. Entonces ha llegado el momento de que Baba, Aquel que Despierta, venga a barrer y entre en nuestras vidas. Él empieza a barrer y, al hacerlo, levanta el polvo del que ni siquiera éramos conscientes. Ese polvo es como las actitudes y tendencias del individuo que se hallan sepultadas.
Cuando los individuos se acercan a Baba, frecuentemente empiezan a experimentar cosas que los sorprenden. Dicen: “Pero nosotros nunca solíamos enojarnos, y ahora eso ocurre a menudo. En lugar de no tener tendencias desagradables y molestas, parece que tenemos más de ellas y con más frecuencia”. Baba nos dijo: “Primeramente ustedes tienen que desenterrar algo con el fin de librarse de eso”. Levantar polvo es como hacernos dar cuenta de que en nuestro ser hay recovecos que engreídamente pensábamos que no teníamos. Baba utiliza la ilusión para volvernos más conscientes de la ilusión y para acrecentar nuestro anhelo de la Realidad.
Esto me recuerda una historia de la época del Buddha. Un día Ananda, el discípulo más allegado al Buddha, le dijo:
–Señor, estás hablando siempre de Maya, pero ¿qué es? Por favor, enséñame qué es Maya. –Pocos días después sucedió que el Buddha y Ananda estaban recorriendo una zona calurosa y árida de la India. Después de caminar varios kilómetros, el Buddha se sentó en una peña bajo la sombra de un árbol y le dijo:
–Ananda, tengo sed. ¿Puedes traerme un poco de agua? –De inmediato Ananda fue a tratar de encontrar agua.
Caminó y caminó hasta que apareció una pequeña granja. Pensó que el granjero podría tener un pozo y se acercó a la casa para pedir permiso para sacar un poco de agua. Golpeó la puerta y la abrió la mujer más bella que Ananda había visto en su vida. Quedó instantáneamente fascinado. Estuvo ahí parado, mirándola fijamente y sin hablar. Había olvidado por completo por qué había golpeado la puerta; todo pensamiento acerca del agua había desaparecido. Por su parte, la mujer estaba igualmente impresionada con Ananda, pues éste era buen mozo y su amor y su devoción hacia Buddha lo habían cambiado tanto que todos los que entraban en contacto con él quedaban impresionados con su presencia.
Entonces los dos se quedaron ahí parados mirándose fijamente, sin decir una sola palabra. Después de un rato regresó el granjero a su casa y le preguntó a Ananda qué quería.
–Querría saber si usted tendría algún trabajo que yo pudiera hacer para usted –le contestó Ananda espontáneamente, pues en lo único que pensaba era que tenía que pasar más tiempo cerca de esta bella mujer que acababa de conocer. Por supuesto, los granjeros siempre tienen un trabajo que hay que hacer, y estuvo de acuerdo en tomar a Ananda para que lo ayudara en los campos. Y así pasaron los días, y el amor de Ananda por esa mujer no disminuía para nada. Al contrario, aumentaba, y lo único que Ananda sabía era que quería estar cerca de ella. También quería complacer al padre de ella para que no lo despidiera, y trabajaba arduamente cada día y regresaba exhausto a la casa, pero contento porque, durante una hora o dos, antes de irse acostar, podía sentarse cerca de la hija del granjero.
Después de un tiempo, Ananda se animó y le preguntó al granjero si podría casarse con su hija. El granjero se puso contento porque Ananda era muy trabajador y él sabía que cuidaría muy bien a su hija. Y por supuesto la hija y Ananda estaban contentos y se casaron.
Pasaron los años y Ananda y la mujer tuvieron tres hijos. Él continuó trabajando muy duramente y la granja prosperó. Tiempo después el suegro falleció y Ananda heredó la granja. Ahora había que trabajar más, pero estaba feliz. Su vida parecía perfecta. Amaba a su esposa y a sus hijos, había bastante de comer porque las tierras labradas eran fértiles, y aparentemente no podía desear nada más.
Entonces, tras doce años de feliz vida de casado, sobrevino una inundación. De la noche a la mañana el río creció, inundó sus riberas y arrolló la granja. No hubo tiempo para salvar nada. Ananda cargó un hijo sobre su espalda y sostuvo con una mano a su esposa y con la otra a los otros dos hijos, y fue arrastrado por la corriente.
Ananda se puso a nadar con fuerza para no sumergirse, y cuando la correntada se lo llevaba, vieron que los animales se ahogaban en el torrente. Ananda pensó que su única esperanza era tratar de nadar para cruzar la corriente hacia el otro lado ya que allí había una colina que no se había sumergido, y si llegasen hasta ella podrían salvarse. ¿Pero qué significa una inundación? La corriente no se parece a la de un río común, y Ananda no había llegado muy lejos cuando el niño que cargaba en su espalda fue arrastrado por la corriente. Vio que la cabecita sobresalió por un instante sobre las aguas furiosas, pero luego desapareció de la vista y nunca se lo volvió a ver.
Ananda gritó con desesperación pero siguió nadando. Sin embargo, la corriente era demasiado fuerte y poco después sus otros dos hijos no pudieron sostenerse más y fueron también arrastrados ante la vista de sus padres. Lo único que ahora le quedaba a Ananda era su esposa, y estaba decidido a aferrarse a ella. Casi habían llegado al terraplén en el que estarían a salvo cuando el torrente los separó. Ananda trató de alcanzar desesperadamente a su esposa, la tocó durante un segundo, pero la corriente la sumergió y ella también desapareció. Con la fuerza que le quedaba, Ananda pataleó y logró arrojarse sobre la tierra seca, en la que se echó exhausto llorando amargamente por haber perdido a su familia. Tenía destrozado el corazón.
Detrás de él llegó una suave voz:
–¿Hijo mío, me has traído el agua? –Ananda alzó la vista y allí estaba el Buddha, sentado en una peña, mirándolo con gran compasión.
–¿El agua? –repitió Ananda, incapaz de comprender todo eso.
–Sí –replicó el Buddha–. Hace por lo menos media hora que fuiste a conseguir agua, y ahora que has regresado me he estado preguntando si has traído algo.
–¡Media hora! –exclamó Ananda– Pero eso no puede ser. Yo… –y entonces, avergonzado, bajó la cabeza pues recordó que se había olvidado de su Señor–. ¿Pero qué ocurrió con mi esposa? Yo estaba casado. Tenía hijos. ¡Han pasado doce años!
El Buddha sonrió y meneó la cabeza. Los doce años de matrimonio de Ananda habían tenido lugar en menos de media hora.
–Eso es Maya –dijo el Señor.