A veces Meher Baba nos contaba anécdotas sobre Ayaz, un verdadero esclavo de su señor. Ayaz era un esclavo en la corte del emperador; lo habían comprado como esclavo y seguía siéndolo. Sin embargo, por su integridad, honestidad y actitud hacia la vida llegó a intimar cada vez más con la familia real. Con el tiempo se convirtió en el favorito del emperador y lo atendía constantemente. Era el verdadero esclavo de su señor, de su amo.
Incluso en pleno tribunal, cuando le presentaban al emperador litigios intrincados, antes de la sentencia, aquél se volvía hacia Ayaz, y los dos cuchicheaban entre ellos, y luego el emperador daba su fallo de conformidad con la opinión de Ayaz. Esto continuó y, si bien una, dos o tres veces, eso anduvo bien, cuando todas las veces fue igual, parecía que Ayaz se había convertido en quien gobernaba en el reino.
Todos los ministros, funcionarios y cortesanos llegaron a estar muy celosos de Ayaz, y hacían correr muchos chismes sobre el esclavo y su relación con el emperador con el propósito de desacreditar a Ayaz e incluso al emperador. En resumen, todos los que estaban vinculados con la corte y el gobierno del emperador no podían soportar el hecho de ver a Ayaz.
El emperador se apiadó de éste por las burlas, escarnios y rechazos que tenía que soportar, y decidió revelar la verdad. Llamó a todos y cada uno de sus ministros, cortesanos y funcionarios del palacio y les dijo:
–Tengo un antojo. He aquí mi anillo que es mi sello, el sello real, un anillo capaz de causar la muerte de las personas o librarlas de ella. Quiero saber cuánto vale. Este es mi antojo.
El anillo fue puesto sobre una mesa, todos desfilaron y dijeron un precio. Alguien dijo:
–Cinco mil dinares.
Otros dijeron:
–Treinta mil.
Las estimaciones variaban tremendamente, y al final se pronunció un ministro, quien dijo:
–Pero señor, ¿por qué hay que perder el tiempo sobre esto en la corte? Sería una solución sencilla llamar al joyero real y pedirle un cálculo. Él podrá dar el precio correcto.
El emperador estuvo de acuerdo, vino el joyero y cotizó el precio correcto del mercado. Todos los de la corte parecieron estar satisfechos con este criterio, y entonces el emperador se volvió hacia Ayaz y le dijo:
–Ayaz, ¿qué dices tú? ¿Cuánto vale este anillo?
Ayaz avanzó hacia el anillo y lo miró. Lo alzó y examinó, y lo volvió a poner sobre la mesa.
–Señor –dijo–, este anillo, como está ahora sobre la mesa no tiene valor según mi opinión. Pero ni bien está en tu dedo, señor, este anillo es invaluable.
Entonces Baba terminó esta historia con este corolario.
–Sepan de una vez por todas, que ustedes no tienen precio mientras se aferren a Mi daaman. Pero si se sueltan, ustedes no tienen valor, no valen nada. Entonces tengan cuidado y aférrense a Mi daaman hasta el final.
Baba nos contó otra anécdota relacionada con Ayaz y el emperador, y sobre los intentos por hacerle comprender a su corte por qué Ayaz era tan especial para él.
Un día el emperador anunció que deseaba exhibir el tesoro real.
–Quiero que mis súbditos sepan precisamente cuánta riqueza tengo.
–Pero señor –le insistieron sus cortesanos–, ¿Qué hay con los peligros? ¿Y qué hay con las pérdidas o los bandidos? ¿Cómo podremos estar seguros de que el tesoro estará protegido?
–No sucederá nada –les aseguró el emperador–. Se me antoja hacer esto y no hay peligro. Yo mismo encabezaré la procesión.
Entonces cargaron en grandes canastos los diamantes y los rubíes, y el oro, la plata, las perlas y las piedras preciosas y todos los demás tesoros, colgando los canastos uno de cada lado de los camellos. Los camellos formaron una larga procesión, tan grande era el tesoro, y al frente iba el rey con sus cortesanos y guardias, y por supuesto con el fiel Ayaz a su lado.
Lentamente, la larga caravana atravesó la capital, y los ciudadanos se alinearon en las calles para echar un vistazo al tesoro. Pero el emperador no se contentó con atravesar simplemente las calles; él encabezó también la procesión por los pequeños callejones de la capital. Estas calles eran tan angostas que los canastos a ambos lados de los camellos rozaban las paredes. Pronto empezaron a aparecer agujeros y las piedras preciosas y las monedas comenzaron a desparramarse a los lados del trayecto. El rey estaba al frente de la caravana y Ayaz iba caminando a su lado. De pronto se detuvo y miró alrededor.
–¿Dónde están los cortesanos? –le preguntó a Ayaz–. Ya nadie nos está siguiendo. ¿Dónde están todos? Ve y averígualo. –Ayaz fue y no tuvo que ir lejos. Detrás y a poca distancia se encontró con que todos los cortesanos y súbditos estaban peleando y disputándose el tesoro allí esparcido.
Cuando Ayaz regresó y le contó al emperador lo que estaba sucediendo, aquél le dijo:
–¿Pero por qué no regresas y tratas de recoger tú mismo un poco del tesoro? Esta es una oportunidad para que te enriquezcas. No tienes que quedarte a mi lado.
–Mi tesoro consiste en quedarme a tu lado y tenerte a ti –replicó Ayaz.
Cuando el emperador regresó a la corte, utilizó este episodio para revelar lo que Ayaz valía. En igual sentido, Baba siguió contándonos:
–Cuando ustedes me tienen, lo tienen todo. ¿Qué necesidad tienen de otra cosa? Simplemente aférrense a mí con ambas manos.