En 1947, una enorme muchedumbre de zoroastrianos se había reunido en el dharmashala parsi y Baba fue hasta allí para dirigirles este primer mensaje:

Como zoroastriano de nacimiento, estoy en condiciones de imaginar la alegría que sienten al descubrirme aquí entre tantas personas como ustedes que, como yo mismo, también son zoroastrianas de nacimiento; pero lo que hoy me hace sentir tan feliz es el amor y la devoción de aquellos de ustedes que han logrado traerme todo este trayecto hasta Surat.

En medio del clima actual de mi país, de mi comunidad y de tantas otras cosas mías, no puedo fijarme si algunos de ustedes se sienten orgullosos o consideran afortunada a la comunidad porque yo naciera entre ustedes. Sin embargo, tras Realizar de una vez por todas la Verdad, la cual es la meta de toda existencia y el fin de todas y cada una de las religiones, por esa razón he trascendido todas las religiones y, por lo tanto, según mi criterio, cada religión equivale a una aproximación para quienes aún tienen que llegar al mismo Océano infinito e indivisible del amor y del conocimiento, y de la paz y el gozo que, cada tanto y aquí y allá, se extiende con sus ondas de servicio desinteresado y sacrificio espontáneo por medio de la impávida fe y de la devoción sublime de sus devotos.

Quienes recorren el sendero no pueden cometer mayor disparate que reñir sobre los pros y contras de tal o cual vía, en lugar de seguir concentrados y preocupados por su propio avance por el sendero en el que les toca estar. El camino puede ser escarpado; otro, lleno de baches; y el tercero, hendido por torrentosos ríos. De manera parecida, una persona tal vez camine mejor; otra quizá corra muy bien, mientras que una tercera es excelente nadadora; sin embargo, lo que en cada caso realmente cuenta es el lugar de destino y el avance real que cada individuo concreta. ¿Por qué quien es capaz de correr como una liebre bloquea el paso de quien es más probable que sólo alcance la velocidad de un caracol?

El egoísmo es la causa radical de todos los problemas. Y es sumamente peligroso porque, bajo la sutil influencia del egoísmo, los peores males pueden adoptar falsos tonos de caballerosidad, sacrificio, nobleza, servicio e incluso amor. A pesar de que a veces se convierte en una fiera feroz, iracunda y deseosa de engrandecerse y subyugar, el ser humano puede engañarse, y a menudo se engaña al creer que aún sigue siendo hombre, patriota, etcétera.

De todas las fuerzas capaces de superar mejor todas las dificultades, el amor es la que sabe cómo dar sin regatear necesariamente algo a cambio. No hay nada que el amor no pueda lograr, y no hay nada a lo que el amor no pueda renunciar. 

Nada me supera, y nada hay en lo que yo no cuente. Sin embargo, el amor me cautivó y puede cautivarme siempre.

El amor puro es incomparablemente majestuoso, su poder no tiene paralelo, y no hay tinieblas que no pueda disipar. Es la llama inextinguible por la que toda la existencia brilla. Asimismo, es preciso encenderlo y reencenderlo en los lóbregos abismos de los pensamientos egoístas, de las palabras egoístas y de los actos egoístas para que irrumpa de repente en un espíritu poderoso que sirva de faro a quienes tal vez anden aún a tientas en la oscuridad –azul oscuro o totalmente negra– del egoísmo.

La luz del amor no está libre de su fuego de sacrificios. En realidad, el amor y el sacrificio marchan muy juntos, igual que el calor y la luz. El verdadero espíritu de sacrificio que brota espontáneamente no está reservado –ni puede estarlo– para particulares objetos u ocasiones especiales.

Así como nunca es demasiado tarde ni demasiado temprano para aprender a amar en aras del amor mismo, de igual manera no puede haber nada que sea demasiado pequeño o demasiado grande para renunciar a ello o sacrificarse por ello. La corriente de vida, la corriente de luz y la corriente de amor se halla tanto en la gota como en océano.

El espíritu del amor verdadero y del sacrificio real no puede contabilizarse ni necesita medirse. Desear constantemente amar y estar amando, y querer sin cálculo sacrificarse en todas las esferas sociales, altas y bajas, grandes y pequeñas, entre el hogar y la oficina, la calle y las ciudades, y los países y los continentes: en esto consisten las mejores medidas antiegoístas que el hombre puede tomar a fin de ser realmente pleno y gozoso.

Que un día contemplen la eternamente brillante Luz del Amor que nunca muere y nada sabe de oscuridad.

Mis bendiciones a todos y cada uno de ustedes.

— Bhau Kalchuri, Lord Meher IX.