El domingo 6 de septiembre de 1953, por la noche, después de que Baba envió a los mándali en busca de su comida, Eruch estaba solo con Baba cuando un auto frenó y se detuvo fuera de la casa. Bajaron del auto unos hombres llevando a una mujer enloquecida y casi descontrolada, como si estuviera “poseída”. La trajeron y depositaron a los pies de Baba, implorándole que la curara. Baba la miró, la acarició, la palmeó y les aseguró lo siguiente: “Llévensela; mi nazar (vista) está sobre ella. Mis bendiciones están allí. Llévensela de vuelta”.

Después de este episodio, Baba se molestó porque esas personas hubieran venido por una cosa como ésa: “¿No se dan cuenta de quién soy?”, le comentó a Eruch. “Se acercan a mí por estas cosas: ¿ellos quieres librarse de lo que yo he ordenado para su bien?”.

En la mañana siguiente, lunes 7 de septiembre de 1953, afligido por este episodio, Meher Baba dictó espontáneamente su mensaje titulado “El Altísimo de lo Alto”. Ese día coincidió también con el nacimiento del Profeta Zoroastro:

Consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, todas y cada una de las criaturas, y todos y cada uno de los seres humanos –en una forma u otra– se empeñan en afianzar su individualidad. Pero cuando al final el hombre experimenta conscientemente que es Infinito, Eterno e Indivisible, entonces es totalmente consciente de su individualidad como Dios y, como tal, experimenta el Conocimiento Infinito, el Poder Infinito y la Dicha Infinita. Así el Hombre se convierte en Dios y se lo reconoce como Maestro Perfecto, Sadguru o Qutub. Adorar a este hombre es adorar a Dios. 

Cuando Dios se manifiesta en la Tierra en forma de hombre y revela Su divinidad a la humanidad, se lo reconoce como el Avatar –el Mesías– el Profeta. Así Dios se convierte en Hombre.

De manera que Dios Infinito, una era tras otra, a lo largo de todos los siglos, por Su Misericordia Infinita, quiere efectivizar Su presencia en medio de la humanidad descendiendo al nivel del hombre en forma humana. Pero puesto que Su presencia física en medio de la humanidad no es comprendida, se lo considera un hombre corriente de este mundo. Sin embargo, cuando Él declara en la Tierra Su divinidad proclamándose el Avatar de la era, algunos que lo aceptan como Dios lo adoran, y unos pocos que lo conocen como Dios lo glorifican. Pero de manera invariable, al resto de la humanidad le cae en suerte condenarlo, mientras Él está físicamente en medio de ella.

Así es cómo Dios como hombre, proclamándose como el Avatar, padece persecución y tortura, y es humillado y condenado por la humanidad, en aras de la cual Su Amor Infinito hizo que se rebajara tanto a fin de que la humanidad, por el acto mismo de condenar que Dios se manifestara en forma de Avatar, debiera declarar indirectamente que Dios existe en Su Estado Eterno e Infinito.

El Avatar es siempre el mismo porque Dios es siempre el Mismo, el Eterno, Indivisible e Infinito que se manifiesta en forma de hombre como el Avatar, como el Mesías, como el Profeta, como el Antiguo: el Altísimo de lo Alto. Este Avatar, que es Eternamente el Mismo, repite Su manifestación un tiempo tras otro, en diferentes ciclos, adoptando diferentes formas humanas y diferentes nombres, en diferentes lugares, para revelar la Verdad con diferentes ropajes y diferentes idiomas, con el fin de elevar a la humanidad desde el pozo de la ignorancia y ayudarla para que se libere del engaño que la esclaviza.

De las más famosas y muy adoradas manifestaciones de Dios como Avatar, la de Zoroastro es la primera, habiendo precedido a Rama, Krishna, Buda, Jesús y Mahoma. Hace miles de años, él dio al mundo la esencia de la Verdad en forma de tres preceptos fundamentales: Buenos Pensamientos, Buenas Palabras y Buenas Acciones. Estos preceptos fueron revelados a la humanidad de una forma u otra, directa o indirectamente en cada ciclo, por el Avatar de la era cuando él conduce imperceptiblemente a la humanidad hacia la Verdad. Poner en práctica estos preceptos sobre Buenos Pensamientos, Buenas Palabras y Buenas Acciones no es tan fácil de hacer como parece, aunque no es imposible. Pero vivir con sinceridad y al pie de la letra de acuerdo con estos preceptos es aparentemente tan imposible como vivir prácticamente la muerte en medio de la vida.

En el mundo hay incontables sadhus, mahatmas, mahapurushas, santos, yoguis y walis, aunque es limitadísimo el número de los que son auténticos. Los pocos que son auténticos se hallan, según su jerarquía espiritual, dentro de su propia categoría, la cual no está en el nivel del ser humano común y corriente ni en el del estado propio del Altísimo de lo Alto.

Yo no soy mahatma, mahapurush, sadhu, santo, yogui ni wali. A quienes se acercan a mí deseando riqueza o bienes materiales, a quienes me buscan para que les alivie la tribulación y el sufrimiento, y a quienes buscan mi ayuda para cumplir y satisfacer deseos mundanos, una vez más les digo que, puesto que no soy sadhu, santo, mahatma, mahapurush ni yogui, buscar estas cosas valiéndose de mí no es sino estar en busca de una desilusión total, aunque sólo aparentemente, pues al final esta desilusión contribuye, de manera invariable, a producir una completa transformación de las necesidades y deseos mundanos.

Los sadhus, santos, yoguis, walis y los que como éstos se encuentran en la via media (latín: el sendero medio) son capaces de realizar y realmente realizan milagros, y satisfacen las pasajeras necesidades materiales de los individuos que se acercan a ellos en procura de ayuda y consuelo.

Por lo tanto, surge esta pregunta: si no soy sadhu, santo, yogui, mahapurush ni wali, ¿entonces qué soy yo? Es lógico suponer que yo soy tan sólo un ser humano común y corriente, o que soy el Altísimo de lo Alto. Pero sin lugar a dudas les digo una sola cosa, y es esta: nunca puedo ser incluido entre los que tienen la jerarquía de intermediarios, la cual es propia de los verdaderos sadhus, santos, yoguis y demás seres como estos.

Ahora bien, si yo soy un mero hombre común y corriente, mis capacidades son limitadas; no soy mejor ni diferente de un ser humano corriente. Si las personas me consideran como tal, entonces no deberían esperar ayuda espiritual de mí en forma de milagros o guía espiritual, y también sería totalmente en vano que se acercaran a mí para que yo satisficiera sus deseos.

Por otra parte, si yo he trascendido el nivel de un ser humano corriente, y en gran medida el de los santos y yoguis, entonces debo ser el Altísimo de lo Alto, en cuyo caso, si ustedes me juzgaran con tu intelecto humano y su mente limitada, eso sería no sólo un total disparate sino también pura ignorancia porque por más gimnasia intelectual que hicieran nunca podrían entender mis métodos ni juzgar mi Estado Infinito.

Si yo soy el Altísimo de lo Alto, mi Voluntad es la Ley, mi Deseo gobierna la Ley, y mi Amor sostiene el universo. Cualesquiera sean sus aparentes calamidades y pasajeros sufrimientos, no son otra cosa que la consecuencia de mi Amor por el bien último. Por lo tanto, el hecho de que se acerquen a mí para librarse de sus dificultades o de que esperen que yo les satisfaga sus deseos materiales, sería como pedirme que yo haga lo imposible, es decir, que yo deshaga lo que ya he ordenado.

Si ustedes aceptan de verdad con fe total a Su Baba como el Altísimo de lo Alto, les incumbe inclinar sus vidas a sus pies en lugar de anhelar que se cumpla lo que ustedes desean. Poner a los pies de un Ser como Baba, que es el Altísimo de lo Alto, no sólo la vida de ustedes sino también sus millones de vidas, sería tan sólo un pequeño sacrificio, pues el ilimitado amor de Baba es la única guía segura e infalible a través de los innumerables callejones sin salida de sus vidas pasajeras.

No puedo estar obligado con quienes, entregando todo lo suyo –cuerpo, mente y bienes materiales– que deberán desechar forzosamente, se entregan con un motivo; se entregan porque comprenden que, para ganar el eterno tesoro de la Bienaventuranza deberán abandonar todos los bienes materiales efímeros. Este deseo de mayores ganancias es el que todavía se aferra detrás de sus entregas, y una entrega así no puede ser completa.

Han de saber que si yo soy el Altísimo de lo Alto, el papel que yo represento exige que los despoje de todos sus bienes y necesidades materiales, que consuma todos sus deseos y haga que ustedes carezcan de deseos en lugar de yo satisfacerlos. Los sadhus, santos, yoguis y walis pueden darles lo que ustedes quieren, pero yo les quito lo que quieren, los libro de apegos y los libero de la esclavitud de la ignorancia. Yo soy el Ser que recibe, no el Ser que da lo que ustedes quieren y como ustedes lo quieren. 

Los meros intelectuales nunca podrán comprenderme mediante el intelecto. Si yo soy el Altísimo de lo Alto, al intelecto le es imposible medirme, y tampoco es posible que la limitada mente humana sondee mis métodos.

No han de llegar a mí quienes, amándome, me reverencian con euforia y admiración. No propicio a quienes me ridiculizan y señalan despectivamente. Yo no propicio el hecho de que una multitud de decenas de millones de personas se congregue alrededor de mí. Yo propicio a los pocos escogidos que, dispersos entre la muchedumbre, me entregan en silencio y sin ostentación todo lo que tienen: el cuerpo, la mente y los bienes materiales. Me pertenecen totalmente los que están dispuestos a renunciar incluso a pensar en que renunciarán, y los que, en constante vigilia en medio de una intensa actividad, esperan su turno para sacrificar sus vidas en aras de la Verdad ante una sola mirada o señal que yo les haga. Por cierto, los que me aman de verdad son los que poseen indomable valentía para afrontar de buena gana y con alegría las peores calamidades, los que tienen fe inquebrantable en mí y ansían cumplir el más pequeño deseo mío a costa de su felicidad y comodidad.

Según mi punto de vista, mucho más bendito es el ateo que cumple con confianza sus deberes materiales, aceptándolos como honrosa obligación, que quien se supone un devoto creyente en Dios pero rehuye los deberes que la Ley Divina le asigna y corre detrás de sadhus, santos y yoguis buscando alivio para su sufrimiento, el cual, en última instancia, habría declarado su Eterna Liberación. Tener un ojo fijo en los encantadores placeres de la carne y esperar ver con el otro una chispa de la Dicha Eterna es no solamente imposible sino también el colmo de la hipocresía.

No puedo esperar que ustedes comprendan de inmediato todo lo que yo quiero que sepan. Me corresponde despertarlos cada tanto, a lo largo de las edades, sembrando la semilla en sus mentes limitadas que, a su debido tiempo y con adecuada atención y cuidado por parte de ustedes, deberá florecer y dar el fruto del verdadero conocimiento que inherentemente les pertenece y deben ganar.

Por otra parte, si guiados por su ignorancia, ustedes persisten en seguir su propio camino, nadie podrá detener el avance por el cual opten, pues eso es también un avance que, aunque lento y doloroso, al final, después de innumerables encarnaciones, está destinado a hacerles comprender lo que yo quiero que ustedes ahora sepan. ¡Despierten ahora para dejar de enredarse más en el laberinto del engaño y del sufrimiento que ustedes mismos crean, cuya magnitud se debe a la dimensión de la ignorancia de ustedes acerca de la verdadera Meta! Presten atención y esfuércense en procura de la libertad, percibiendo la ignorancia en su verdadera perspectiva. Sean sinceros con ustedes mismos y con Dios. Podemos engañar al mundo y a nuestro prójimo, pero nunca podremos escapar del conocimiento del Omnisciente: esta es la Ley Divina.

A todos los que se acercan a mí y a los que desean acercarse a mí, aceptándome como el Altísimo de lo Alto, les declaro que jamás deberán venir quienes deseen y anhelen riqueza y ganancias materiales, y que sólo deberán hacerlo ansiando fervorosamente dar todo lo que tienen –cuerpo, mente y bienes materiales– junto con todos sus apegos. Búsquenme no para que los saque de sus dificultades, sino que encuéntrenme a fin de entregarse incondicionalmente a mi voluntad. No se aferren a mí en procura de felicidad material y comodidades efímeras, sino que adhieran a mí, contra viento y marea, sacrificando a mis pies su felicidad y sus comodidades. Que mi felicidad sea la alegría de ustedes, y sus comodidades, mi descanso. No me pidan que los bendiga con un buen trabajo, sino que deseen servirme con más diligencia y sinceridad, sin esperar recompensa. Nunca me rueguen que salve sus vidas o las vidas de sus seres queridos, sino que ruéguenme que los acepte y les permita ofrendar sus vidas. Nunca esperen que yo los cure de sus aflicciones corporales, sino que implórenme que los cure de su ignorancia. Nunca extiendan sus manos para recibir nada de mí, sino que álcenlas en loor a mí, a quien ustedes se han acercado como el Altísimo de lo Alto.

Si yo soy el Altísimo de lo Alto, entonces nada es imposible para mí; y aunque no realizo milagros para satisfacer necesidades individuales –cuya satisfacción tendría como resultado enredar cada vez más al individuo en la red de la efímera existencia– sin embargo, una y otra vez, en determinados períodos, yo manifiesto los poderes infinitos en forma de milagros, pero solamente para elevación y provecho espiritual de la humanidad y de todas las criaturas.

Sin embargo, individuos que me aman y tienen una fe inquebrantable en mí con frecuencia han tenido experiencias milagrosas, las cuales han sido atribuidas a mi nazar o gracia ejercida sobre ellos. Sin embargo, quiero que todos sepan que no conviene que mis fervientes devotos atribuyan cada una de estas experiencias milagrosas a mi estado de Altísimo de lo Alto. Si yo soy el Altísimo de lo Alto, estoy por encima de estos ilusorios juegos de maya en el curso de la Ley Divina. Por lo tanto, todas las milagrosas experiencias de mis fervientes devotos que me reconocen como tal, o las de quienes me aman inconscientemente por otras vías, son solamente una consecuencia de la firme fe que ellos tienen en mí. Su inconmovible fe, que a menudo reemplaza el curso del juego de maya, les hace experimentar lo que ellos llaman milagros. Estas experiencias, producto de una fe firme, al final son beneficiosas para los individuos que las tienen, y no los enredan más y con mayores ataduras ilusorias.

Si soy el Altísimo de lo Alto, entonces un deseo de mi Voluntad Universal es suficiente para dar en un instante la Realización de Dios en uno y en todos, y para liberar así de las garras de la ignorancia a todas las criaturas de la Creación. Pero bendito es el Conocimiento que se logra experimentando la ignorancia de acuerdo con la Ley Divina. Ustedes pueden alcanzar este Conocimiento, en medio de la ignorancia, con la guía de los Maestros Perfectos y la entrega al Altísimo de lo Alto.

— Bhau Kalchuri, Lord Meher XII.